Me siento disgustada. Siento que en vez de ser una elección
soy una obligación. Soy por cómo me ven y por cómo veo. Busco el problema en mí
cuando no puedo interferir en él. Es una vida llena de roces, pero sin ningún golpe,
sin ninguna caricia adrede. Nada interfiere de lleno, todo nos roza y prácticamente
no nos afecta. En eso yo me diferencio. Todo me afecta. Aprecio cada roce como
si pudiese por primera vez sentir una nube en mi piel, como si me transportase
a un mundo desconocido, y eso me deja parada en un lugar lejano al resto de las
personas. Cuando interfiere la duda en mí, no me roza, si no que me choca, y no
puedo evitar sentirme disgustada. No me vean más. No veas más lo que ven. No dudes.
Sin embargo, nada de eso tiene lógica puesto en palabras. Es fácil decirlo,
pero difícil hacerlo. Me pregunto, entonces, cómo quito este mal que aplasta mi
pecho. La única respuesta que obtengo es que debo seguir recorriendo la vida,
pero eso es nuevamente una obligación, como un ciclo sin fin, estímulo y
respuesta, dar y recibir. Al final todos elegimos y buscamos ser elegidos.