martes, 13 de agosto de 2013

La fruta prohibida

El amor es como un árbol. El tronco es la razón principal por la que te gusta esta persona. Esa cosa que hace suspires por dentro, eso que te encanta y que cuando lo ves no podes evitar sonreír. Después las ramas. Son esos detalles divinos que te empiezan a gustar porque ya amas a esa persona. Las ramas crecen de un tronco, las tonterías que te gustan de esa nacen del amor ya plantado. Te das cuenta que un árbol crece porque tiene más ramas, porque le salen nuevas hojas o nuevas raíces. El amor, claramente, se trata de lo mismo. Si no se agranda, no lo sentís crecer. Yo pienso siempre en lo mala que es la rutina para estos casos. En el caso de que el amor no se intensifique, por más grande que sea, se vuelve rutinario. Y no sentís nada que te recuerde que lo amas, porque te acostumbraste ¿Existe eso? ¿La costumbre de amar a alguien? Por ahora no me pasó, pero veo que a los adultos les pasa. Suena horrible. Este sentimiento no es una costumbre, es algo mágico. Te acentúa las ganas de vivir. Quiero negarme a pensar que puede volverse algo aburrido, y menos que hay gente que se da por vencida con ese cultivo ¡Hagamos una casa del árbol! ¡Atémosle una hamaca! Inventemos lo que sea. Pero no, nunca me sueltes la mano.

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